El Eternauta y la política del porvenir
- UJC
- 31 may
- 6 Min. de lectura

¿Cuáles son los tiempos que corren? No es sencillo definir con precisión las características dominantes de la realidad actual dada su complejidad, pero hay rasgos que se vuelven recurrentes en nuestras sociedades: tiempos de deshumanización, de desigualdades flagrantes y crecientes, de fragmentación de lo comunitario, de hegemonía neoliberal, pensamiento meritocrático e individualismo feroz. Todavía campea el “hacé la tuya”, y el éxito social sigue asociado, casi exclusivamente, a la acumulación de riqueza, sin importar el costo. Vivimos tiempos que, cada vez más, se asemejan a los de la barbarie y la fractura social.
En un contexto así, cabe preguntarse: ¿qué puede decirnos hoy un cómic casi septuagenario? Una de las razones por las que los clásicos perduran es que no solo reflejan el espíritu de su época, sino que ofrecen claves para leer los desafíos de otras. El Eternauta (1), obra de Héctor Germán Oesterheld (2), es uno de esos clásicos. Y uno de sus conceptos más poderosos es lo que podemoss llamar el ciclo de la resistencia: la noción de que hay en lo humano una capacidad inagotable de enfrentar la adversidad, especialmente cuando lo que está en juego no es solo el individuo, sino también el bien común.
El último mes y poco fue movilizante por el fallecimiento de algunas figuras relevantes para un imaginario de las ideas de resistencia en nuestra sociedad rioplatense. Es el caso de la compañera Belela Herrera, destacada y entrañable luchadora por los DDHH y contra el terrorismo de Estado; el caso del papa Francisco , cuya prédica por los descartados también tocó fibras de sensibilidad social; o el compañero ex presidente José Pepe Mujica, por decir algunos de los más significativos.
Particularmente, el fallecimiento de Mujica, uno de los grandes referentes de la izquierda uruguaya de las últimas décadas —junto con Tabaré Vázquez y Danilo Astori—, nos invita a múltiples reflexiones. Algunas de ellas ya ocuparon buena parte de la agenda pública en las últimas semanas.
Pero hay una que merece especial atención: su enorme capacidad para representar auténticamente a vastos sectores del pueblo, en particular a los más humildes. Lo hizo, además, en un contexto de creciente crisis de representación política en buena parte de Occidente.
Al respecto de esa crisis, basta con revisar los últimos informes de Latinobarómetro para confirmar ese diagnóstico: desconfianza generalizada en los partidos, debilitamiento del apoyo a la democracia y aumento del respaldo a opciones autoritarias. Si bien Uruguay aparece como una excepción en varios de estos indicadores, no estamos exentos de sus riesgos. Como bien lo expresó alguna vez Zitarrosa, somos apenas “un balcón al frente de un inquilinato en ruinas”. La orfandad de liderazgos que termina por dejar Mujica nos interpela y nos obliga a repensar los modelos de acumulación política y las formas de representación que despliegan las izquierdas.
Se trata de un desafío que generaciones anteriores supieron resolver, pero que hoy nos convoca a nuevos esfuerzos para conjurar las tensiones de nuestro tiempo; más aún en momentos donde la tecnología mediatiza de manera más extrema los vínculos humanos, en ocasiones aumentando distancias, aunque resulte paradójico; y donde el territorio aparece, muchas veces, más como un espacio de fractura y guetización, que como ámbito de encuentro y construcción colectiva. Todo esto nos demanda un esfuerzo grande de comprensión. Reivindicar la vigencia de “lo viejo”, perenne y rendidor. Pero también mucha capacidad para recrear nuestros dispositivos. Y acaso algunas pistas para esa tarea estén en lo que nos aporta El Eternauta. Allí se reivindica la solidaridad, la figura del héroe colectivo, la centralidad de lo cotidiano en la experiencia política y la disposición al sacrificio por el bien común.
La solidaridad no aparece como un valor abstracto, sino como una práctica concreta, cuando no una necesidad gregaria de supervivencia; y en tal sentido es una idea que atraviesa al cómic en múltiples momentos, permitiendo que gente sencilla, logre en conjunto cooperar para resolver situaciones extremas y variadas. La solidaridad, en cambio, requiere necesariamente de la empatía y es opuesta al cálculo racional de la acción social, con esa racionalidad instrumental, fundante del homo economicus hegemónico. La solidaridad ha de hacer parte de cualquier respuesta popular, porque quizás sea una de las acciones más fundantes de la identidad de izquierda, que parte del reconocimiento de nuestra propia interdependencia: no hay alegría plena si otros sufren, ni miseria que no nos alcance cuando se multiplica en los demás.
La figura del héroe colectivo —ajena a las narrativas dominantes del individualismo triunfalista— es profundamente política. En tiempos de farandulización de la política y de proliferación de microproyectos personalistas, la reivindicación de lo colectivo resulta subversiva. Es una idea pertinente frente al espectáculo de la política convertida en show y frente a la pulsión constante de “fundar” un sector propio. Frente a esa fragmentación, El Eternauta recuerda que ningún salvador individual basta: la salvación —si es posible— será colectiva.
También resulta clave la forma en que el cómic sitúa la resistencia en el terreno de lo cotidiano. La nieve mortal y la invasión no ocurren en escenarios lejanos o fantásticos: irrumpen en medio del hogar, en la rutina de un grupo de amigos que jugaban al truco. Es allí, en ese espacio común y ordinario, donde surge la organización, la resistencia, la posibilidad de recomenzar. En El Eternauta además, los personajes no son demasiado excepcionales tampoco, ni tienen poderes sobrenaturales, sino que son personas sencillas, con sus oficios, sus miedos e incluso mezquindades a cuestas. Y eso sugiere una lección política: la transformación no vendrá de lugares extraordinarios, sino desde donde transcurre la vida de las mayorías. Nuestras estrategias políticas deben adaptarse a ese plano, sin perder su vocación transformadora. Esta es una idea que, además, nos deja dos invitaciones más: por un lado, nos anima a comprender a cabalidad a nuestro pueblo, sujeto de los cambios, con sus ambigüedades, despojados de cualquier noción de pureza, sin abandonar por eso el esfuerzo por ser cada vez mejores. Y por otro, nos obliga a asumir al enemigo, quizás de la misma forma en que la historieta lo sugiere: donde los distintos oponentes y amenazas que los protagonistas enfrentan, por hostiles y terribles que sean, son apenas instrumento del verdadero enemigo a enfrentar. ¡Vaya esfuerzo de claridad ideológica el que se requiere para sostener esa perspectiva!
Por último, hay en El Eternauta una reivindicación del sacrificio por el bien común que hoy parece ausente. No hablamos de una épica grandilocuente, sino de ese “oscuro heroísmo”: la decisión de hacer algo por alguien, aún cuando nadie mire; la convicción de que aún en un mundo hostil, el gesto solidario tiene sentido, aunque se pague caro. ¿O acaso, cada una de las grandes gestas libertadoras y revoluciones populares no han tenido a personas comunes que se jugaron el pellejo por sus ideas? ¿No son esas historias las que nos llenan de orgullo e inspiran? Retomar esa ética —una ética del cuidado mutuo, del compromiso, de la entrega— no es nostalgia: es urgencia.
Las referencias aquí planteadas no buscan cerrar un diagnóstico, sino abrir una reflexión, reconociendo que el escenario en el que se despliega nuestra acción política está en transformación.
Quedará para otra instancia un desarrollo más profundo sobre estos desafíos. Por ahora, lo urgente es renovar el llamado a la acción: volver a sentir que “la era está pariendo un corazón”, y asumir que ese heroísmo colectivo no solo existe, sino que nos convoca, porque aún “hay una respiración que falta”. Necesitamos recuperar la certeza de que, incluso frente a estructuras que nos condicionan, sigue habiendo margen para disputar el sentido de la historia. Los tiempos actuales demandan nuevos ejemplos de lucha, de entrega, de compromiso con ideas que nos trascienden. En ese horizonte, el cómic de Oesterheld vuelve a ser faro: desde su confianza radical en lo colectivo, nos recuerda la urgencia de un canto contra la resignación.
Citas
(1) Publicada originalmente en 1957, El Eternauta es una historieta argentina de ciencia ficción escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López. Narra la historia de una invasión alienígena que comienza con una nevada mortal en Buenos Aires y se convierte en una lucha colectiva por la supervivencia.
(2) Hector Germán Oesterheld, guionista de historietas argentino, que terminó de escribir El Eternauta en la clandestinidad y fue desaparecido en 1977 por la última dictadura de ese país, junto a cuatro de sus hijas, dos de ellas embarazadas al momento de su secuestro y desaparición forzada.
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