
Foto de portada: Susana Pintos y Hugo de los Santos.
La historia de los pueblos y su lucha a menudo tienen momentos en donde el heroísmo, la tristeza y la bronca encuentran una síntesis casi impenetrable. Días, sucesos, pedazos de historia a la que cuando nos enfrentamos cuesta descifrar el sentimiento que nos invade: ¿es dolor?, ¿es enojo?, ¿es orgullo? Adicionalmente, vale aclarar, la mayor de las veces por pura responsabilidad de los enemigos de la gente y su felicidad, quedan grabados en la memoria por una carga de tal simbolismo que, pese a la tristeza y la bronca, se constituyen en pilares cada vez más densos en los que se apoya nuestra rebeldía y convicción; nuestras ganas cotidianas de levantarnos todos los días, salir a la calle, y junto con otros y otras cambiarlo todo.
La historia de los pueblos y su lucha está repleta de esos momentos, y nuestro Partido siendo parte de ella; su historia, fundida con ella; y su existencia, siendo una creación y expresión permanente de ella y lo más genuino de sus aspiraciones de transformación, también lo está.
Por estos días estamos festejando los 103 años del Partido, ese partido que nació al calor de la lucha de los trabajadores uruguayos y del mundo por construir una sociedad en donde el regocijo de unos pocos no se sostuviera sobre las espaldas, el dolor y la miseria de las mayorías. 103 años de ese partido que creció al calor de la ampliación de la participación de la gente en la vida política y social del país, construyendo democracia en cada rincón del país y de la vida, siempre con la unidad como arma cargada de futuro; al calor de las asambleas desbordantes, de los comités de base fermentales, de los barrios solidarios. Pero son también 103 años de ese partido al que el poder, los sectores más concentrados del capital económico, la embajada yanqui y sus mandaderos locales, se propusieron desaparecer de la faz de la tierra por 50 años. El partido de la resistencia en todos lados y en todo momento; el partido que actuó en la calle, las cárceles, la clandestinidad y el exilio contra el fascismo, cuando el terror se adueñó del Estado y regó de sangre el país. Por sobre todas las cosas, son 103 años de una trinchera en donde la democracia, densa y profunda; la libertad, aquella que no se erige sobre la exclusión de otros; y la esperanza, que nos permite sostener día a día la mirada en el horizonte, convencidos de que hay otro futuro para todos y todas, ha encontrado siempre un lugar. Parafraseando el poeta chileno, 103 años de una trinchera en donde la invencible primavera pudo refugiarse, dura bajo la tierra cuando fue esperanza, para ser fruto general para más tarde.
Ahora bien, decíamos al inicio que la historia de los pueblos y su lucha, y en ella la de nuestro Partido, estaba plagada de momentos que condensan sentimientos contradictorios, en los que nuestra rebeldía encontraba suelo firme desde donde dar batalla. Las vísperas del aniversario del Partido es uno de esos momentos, pues 48 años después de su fundación, un 20 de septiembre de 1968 el dolor, la solidaridad, el compañerismo, la lucha y el terror se hicieron presente una vez más para dejar su huella indeleble. Eran tiempos en los que, sobre un presunto Estado democrático, nuestra gente había comenzado a ver la peor cara de aquellos que pueden prescindir de la democracia cuando ven amenazados sus privilegios. El estancamiento económico abría paso a una crisis que pretendía encontrar respuesta sólo a través del ajuste contra la mayoría trabajadora, degradando el salario, y recortando en políticas públicas. La lucha y la movilización crecía y se ampliaba, encontrando como respuesta represión. Medidas prontas de seguridad, estado de guerra interno, bandas fascistas con respaldo estatal matando trabajadores sindicalizados y el asesinato del estudiante Liber Arce poco tiempo antes, eran la antesala de aquel trágico día. El 20 de septiembre de 1968, en el marco de una movilización estudiantil en defensa de la educación pública y por una perspectiva que no descargara sobre los hombros de trabajadores y estudiantes los costos de la crisis, era herido Hugo de los Santos, estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración.
A Hugo lo hirieron durante una feroz represión desatada hacia los manifestantes y la Universidad, donde encontraron refugio. Las balas, única respuesta que el gobierno de entonces con el Partido Colorado a la cabeza encontraba hacia los reclamos estudiantiles, lo hirieron gravemente. En un inicio se intentó socorrerlo, con brigadas de asistencia conformada por estudiantes de medicina ante el impedimento policial a la llegada de ambulancias al lugar, pero la herida era importante y debía ser trasladado a un hospital para ser intervenido. Susana Pintos, estudiante por entonces de la Escuela de la Construcción de UTU e integrante como Hugo de la UJC, intentó socorrerlo y lograr su traslado hasta un vehículo particular que pudiera trasladarlo. Susana no quería dejar morir a su compañero, y en el intento por ayudarlo también la hirieron a ella. Cómo él, Susana muere unas horas después ya en un hospital, cuentan que al llegar solo pidió una cosa, que le digan “a los compañeros que estoy bien”.
Susana y Hugo, antes Liber, y luego decenas y decenas de otros nombres, han sido golpes duros. Extienden una lista, tristemente larga, de compañeros y compañeras que en diversos momentos y sucesos nos arrancaron nuestros enemigos, que como encabeza este semanario referenciando a Artigas: no son otros que los que se oponen a la pública felicidad. Como cualquier golpe estos dejan marcas, cicatrices, te hacen caer, a veces parece demasiado difícil levantarte, pero el recuerdo de cada uno de ellos ha hecho que quedarse en el piso nunca haya sido una opción. Las marcas, cicatrices y caídas han endurecido la piel, pero han reafirmado nuestra convicción de que mientras siga habiendo tarea por hacer, la esperanza tendrá Partido.
A 103 años de una heroica creación de los trabajadores uruguayos, y a 55 del asesinato de Susana Pintos y Hugo de los Santos, “avise a los compañeros que -estamos- bien”.
“He visto al mal y al malo, pero no en sus cubiles.
Es una historia de hadas la maldad con caverna.
A los pobres después de haber caído
al harapo, a la mina desdichada,
le han poblado con brujas el camino.
Encontré la maldad sentada en tribunales:
en el Senado la encontré vestida
y peinada, torciendo los debates
y las ideas hacia los bolsillos.
El mal y el malo
recién salían de bañarse: estaban
encuadernados en satisfacciones,
y eran perfectos en la suavidad
de su falso decoro.
He visto al mal, y para
desterrar esta pústula he vivido
con otros hombres, agregando vidas,
haciéndome secreta cifra, metal sin nombre,
invencible unidad de pueblo y polvo.
El orgulloso estaba fieramente
combatiendo en su armario de marfil
y pasó la maldad en meteoro
diciendo: «Es admirable
su solitaria rectitud.
Dejadlo».
El impetuoso sacó su alfabeto
y montado en su espada se detuvo
a perorar en la calle desierta.
Pasó el malo y le dijo: «Qué valiente!»
y se fue al Club a comentar la hazaña.
Pero cuando fui piedra y argamasa,
torre y acero, sílaba asociada:
cuando estreché las manos de mi pueblo
y fui al combate con el mar entero:
cuando dejé mi soledad y puse
mi orgullo en el museo, mi vanidad en el
desván de los carruajes desquiciados,
cuando me hice partido con otros hombres, cuando
se organizó el metal de la pureza,
entonces vino el mal y dijo: «Duro
con ellos, a la cárcel, mueran!»
Pero era tarde ya, y el movimiento
del hombre, mi partido,
es la invencible primavera, dura
bajo la tierra, cuando fue esperanza
y fruto general para más tarde.”
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