Foto de portada: Homenaje de la hinchada de Peñarol a Madres y Familiares. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.
No hay dudas de que pocas cosas movilizan más en nuestro país, y en una enorme parte del mundo, que el fútbol. El fútbol enciende pasiones, genera identidad, construye nuestra biografía, define pertenencias, alegra y entristece los corazones de miles de hinchas y simpatizantes todos los días. El fútbol es deporte, es un juego, pero es mucho más que eso. En una tribuna los desconocidos se saben hermanos, los débiles albergan la esperanza de derrotar a los más poderosos y todos esperan algún día, en un grito y un abrazo, sentir por algunos minutos eso que se parece tanto a la felicidad: un gol.
El fútbol es más cosa del corazón que de la razón, de eso no hay duda. Ejemplo de ello son las decenas y cientos de personas que, teniendo la razonable certeza de que es muy poco probable que su equipo salga campeón o gane los títulos más importantes por los que compite, peregrinan de cancha en cancha acompañando a los colores de su vida. Colores que son enarbolados por palmarés afectivos, en los que no cabe más gloria para su parcialidad, y nada tiene que ver con la cantidad de metales que puedan acumularse en una vitrina; pues el fútbol tiene más que ver con el corazón y el corazón entiende de pasiones.
Pero por sobre todas las cosas, y nuestro país es ejemplo de ello, el fútbol y sus clubes son uno de los fenómenos colectivos más importantes de nuestra sociedad. Salvo para los que lucran y hacen negocios con él, en el club de fútbol se rompe la barrera del yo, y lo más importante pasa a ser el nosotros; dentro y fuera de la cancha. Se ha querido asociar al fútbol y la tribuna con la violencia, los negocios ilegales, el delito y la marginalidad.
Sospechamos que esas cosas tienen más que ver con aquellos que disparan tales epítetos que con la enorme mayoría que cada fin de semana llena una grada, se acomoda en un sillón frente a la tele o se juntan en un bar. En el fútbol y en la tribuna se respira solidaridad, se organiza la colecta para el que no llegó a pagar la entrada, se hacen campañas para arrimar al hincha de a pie a los estadios más lejanos, se levanta al botija que no llega a ver y se ayuda al veterano al que cada vez le hace más difícil subir la grada.
En el fútbol pasan muchas cosas, hay quienes eligen el camino de señalar cuando se expresan en él las peores facetas de nuestra sociedad, casi que las promueven. Otros, en general aquellos que lo ven como una porción muy redituable del mercado, pretenden meterlo en un tupper, destilarlo, arrancarle todo lo que lo conecta con la sociedad en la que se genera. Pero la enorme mayoría, abrazamos al fútbol y nuestra pasión sabiendo que la vida no son fragmentos, compartimentos estancos que se cierran ante la apertura del siguiente; somos los que vamos a la cancha sabiendo quienes somos, donde estamos y quiénes son aquellos que nos rodean. No hacerlo implicaría un acto de fragmentación identitaria y desgarramiento social digno de una película de ficción, sólo aceptable para aquellos que pretenden hacer de algo tan lindo simple pan y circo; con el respeto que merece el circo como expresión artística y lo necesario que es para la gente el pan.
Hace algunos años algunas cosas empezaron a cambiar en las tribunas. Cientos de hinchas empezaron a juntarse, charlar, tomar conciencia de estas tensiones y darse cuenta de que el fútbol en Uruguay se estaba pareciendo cada vez más a la minoría que lucra con él, y cada vez menos a la enorme mayoría que vibra y siente verdaderamente la profundidad de este deporte. Empezaron a denunciar que en nuestro país había tal retraso respecto a lo que sucede en otras partes del mundo, que hasta levantar una bandera de solidaridad con los detenidos y desaparecidos por el terrorismo de estado era tachado de improcedente, agraviado y plausible hasta de intervención institucional.
Así de desvirtuada estaba la esencia de nuestro fútbol, uno de los fenómenos colectivos más importantes de nuestro país nada tenía para decir de un período donde quebraron el orden constitucional, persiguieron, torturaron, mataron y desaparecieron gente; y sobre todo, el Estado reconoció institucionalmente que eso sucedió bajo su mando. En pocas y claras palabras, en Uruguay una minoría privilegiada pretendió hacer de nuestro fútbol un resquicio de impunidad.
Pero decíamos que el fútbol es cosa del corazón, y cualquiera sabe que el corazón entiende de pasiones y no de olvido. Es así que surgieron numerosas agrupaciones de hinchas y comisiones institucionales, de diversos colores, que comenzaron a reivindicar su escencia social, popular y, por qué no, antifascista.
Con esta perspectiva, el colectivo “Bolso antifascista” generó hace un tiempo una campaña publica y abierta para reconstruir la memoria respecto al impacto del terrorismo de estado en el fútbol. Es que, a pesar de lo que pretendan algunos, lo que sucede en la sociedad no queda en los portones de un estadio; decenas de personas fueron capturadas, identificadas y seguidas en el marco de su asistencia a espectáculos deportivos. También en el otro grande se alzaron voces contra la impunidad, y se organizaron campañas para identificar y retirar del padrón social carbonero a represores y torturadores.
Nacional y Peñarol son sólo algunos ejemplos de estas expresiones, que han surgido a lo largo y ancho del país. Quizás destacan porque son en los lugares donde las presiones y resistencias adquieren mayor dimensión, pues para los que hacen negocio con el fútbol son “grandes” nichos de mercado.
Pero no importa la resistencia institucional, los dirigentes que buscan entorpecer el desarrollo de las agrupaciones, aquellos que articulan con otros hinchas para amenazar, los que hacen el vacío o los que porfiadamente pretenden que el fútbol se juegue con vendas para no ver que pasa a su alrededor. El corazón entiende de pasiones y no de olvido, y hace algunos días hinchas carboneros hicieron “socios eternos” a detenidos desaparecidos que formaron parte de su parcialidad, porque en sus tribunas “fueron felices y vivirán por siempre”. Así como en pocos días estará recorriendo las redes un material audiovisual que, en la voz y el rostro de sus familiares, difundirá los testimonios de hinchas tricolores que fueron detenidos y desaparecidos por el terrorismo de estado.
No importa el esfuerzo que los poderosos hagan para podar nuestras pasiones, encerrarlas en paquetes y venderlas como productos cosméticos. La realidad es que la vida es eso que les pasará por arriba mientras están ocupados buscando hacer plata. Nuestro corazón nada entiende de olvido y seguiremos en las canchas, haciéndole goles a la impunidad.
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