Foto de portada: Hinchas de Uruguay en la Explanada de la Intendencia de Montevideo, durante el partido frente a Italia por la final de la Copa del Mundo Sub 20. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.
Nacimos en un pueblo que vive su vida de a noventa minutos. Pocas cosas tienen mayor significado para el uruguayo y la uruguaya que el fútbol; discutir lo que implica ese deporte para nuestra gente es aún más difícil que dimensionarlo, que ya es mucho. Ojo, no se trata de una conexión con un circo comercial que mantiene en estado de somnolencia a 3 millones de personas, apáticas y sin ningún tipo de reflejo ante el mundo que los rodea. Vivimos el fútbol en todo momento, los campeonatos, partidos y entretelones se mezclan en cada arista de nuestra vida. Hablamos y discutimos desde el fútbol de política, historia, cultura, trabajo, economía e infraestructura; nuestra conexión con la pelota nos lleva incluso a elaborar numerosas tesis sobre demografía, que derivan siempre en conclusiones donde hay lugar hasta para la ficción.
A diferencia de lo que pasa en otras partes del mundo, del espectáculo frio y frívolo que algunos venden, donde el centro de la cuestión radica en individualidades extraordinarias, sus pases y que tal se llevan con los técnicos; en esta porción de la tierra el fútbol es el nosotros, es identidad nacional y regional, desde ella reflexionamos sobre nuestra ubicación respecto al resto del mundo. Para los latinoamericanos, y para nosotros en particular, el fútbol son los colonizados imponiéndose a los colonizadores con los primeros y principales palmarés de la historia; es el puñetazo al imperialismo británico que vino a robar al sur y regó las Malvinas con la sangre de toda una generación de jóvenes. Son las hazañas imposibles de borrar a pesar del tiempo, en las que un país tan pequeño como el nuestro puede callar a decenas de miles de personas e inundar los diarios de todas las latitudes del mundo; ese mundo que se organiza para que países como el nuestro pasen inadvertidos.
Todo lo anterior es cierto, pero no vale la pena mentirnos entre nosotros. Los más chicos capaz que no se acuerdan, pero durante mucho tiempo algunos lograron que esa conexión tan particular que tenemos con el principal deporte mundial fuera una mochila difícil de cargar, un legado frustrante con un presente doloroso. Los de siempre, aquellos que solo pueden concebir su paso por el mundo al servicio del beneficio propio, habían hecho de nuestro fútbol una mala copia de lo que supo ser. Adornaban el escenario con escándalos de vestuario y chimentos de concentración, mientras en las oficinas corrían cuantiosos contratos que derramaban sus beneficios en bolsillos ajenos al deporte y dentro de la cancha hacíamos papelones más seguido de lo que quisiéramos. Tenían tal descaro que construían relatos, desde micrófonos siempre bien dispuestos, que culpabilizaba a los protagonistas: fulano se cuida las patas, mengano en realidad no quiere jugar en Uruguay, zutano sale de joda, etc. Cuando en general todos ellos eran los que, incluso poniendo plata de su bolsillo, remaban para que la suerte diera al menos una alegría a sus compatriotas. La suerte, sí, porque cuando no hay inversión, no hay una idea ni un plan de trabajo, a lo único a lo que te podés abrazar es al azar; y este, en general, no es un recurso muy eficiente.
Parecíamos no tocar fondo, miles de escolares vimos en nuestras casas, o en las escuelas antes de iniciar el turno, como un nuevo sueño mundialista se nos escapaba en 2006 con aquellos penales pateados del otro lado del globo terráqueo. Una nueva frustración nos invadía, una nueva cita del mundo futbolístico en donde no estaríamos; la pelota iba a rodar y no precisaría de nuestra presencia para hacerlo. Pero Uruguay iniciaba por entonces un cambio de época, podemos intentar hablar de otras cosas, pero la historia real no se puede contar sin hacer referencia a esto. El pueblo uruguayo se aprestaba a generar conquistas, a recuperar las instituciones para ponerlas al servicio de sus obligaciones: el bienestar y el desarrollo de la gente.
Esta etapa histórica golpeó también las puertas de los estadios, y ese mismo 2006 con el nombramiento de Óscar Washington Tabárez al frente de su segundo período de selección, se inaugura el Proceso de Selecciones Nacionales. Una idea, un plan de trabajo y una serie de acciones de apoyo institucional detrás de un horizonte: recuperar el legado del fútbol uruguayo, generar una política de selecciones juveniles que forme y potencie a nuestros gurises, encuentre continuidad en la selección mayor y, a caballo de una fuerte transformación organizativa, institucional e infraestructural, vuelva a poner al fútbol uruguayo entre los protagonistas del deporte mundial. Si, ese era el objetivo, recuperar la historia e identidad, sentar bases sólidas desde donde trabajar de forma continuada y mantenerse entre los protagonistas. Es mentira que los mejores trabajan para ganar, uno puede dar todo de sí pensando siempre en conseguir la victoria, pero atar una línea de trabajo únicamente a la victoria es condenarla, más temprano o más tarde, al fracaso. Ganar, gana uno solo y no se puede ganar siempre, lo importante es ser competitivo e intentar ser protagonista, tener una identidad y un trabajo permanente, y luchar para ganar; algo que eventualmente sucederá si todo lo anterior se hace. Así como no es posible ganar siempre, tampoco es posible ganar si uno ni siquiera está en el partido, ni tampoco parece sensato trabajar para ganar y desaparecer del mapa por décadas.
Nunca se trató solo de una propuesta filosófica, aunque como toda línea de trabajo tiene bases filosóficas. Tampoco de una escuela para promover valores y modos de socialización, aunque es imposible desarrollar un proyecto colectivo (como es el fútbol) sin tener algo que proponer sobre ambas cosas. Fue y es esencialmente una política deportiva y futbolística, al servicio del juego, del desarrollo de nuestro deporte y de la felicidad de todos aquellos que vibramos con él. El camino es la recompensa sí, porque es lo que puede darle trascendencia a los palmarés, importantes pero circunstanciales, porque cada título vuelve a estar en disputa minutos después de ser conquistado. El camino es la recompensa porque, sin recorrerlo, las victorias tampoco llegan. Es mentira que los oros olímpicos y las copas mundiales celestes se consiguieron a pura garra; la garra estuvo, pero también estuvieron el desarrollo de cientos de clubes, algunos de los más antiguos del continente, con canchas de primer nivel para la época y gran competitividad internacional. Los clubes de barrio para niños y apuestas gubernamentales al deporte.
Además, el camino es importante porque ha traído logros, y no esporádicos. No es lo mismo estar en todas las citas deportivas que estar en algunas y en otras no; no es lo mismo ser protagonista que pasar sin pena ni gloria por las competiciones; no es lo mismo festejar un cuarto puesto y una Copa América en la mayor, festejar segundos puestos en juveniles y levantar la Copa del Mundo Sub-20 que no hacerlo; todo ello a los ojos de una misma generación y en un presente donde se han profundizado las desiguales condiciones de competencia entre países. Para lograrlo se ha transitado un camino, se ha apostado a la formación de nuestros talentos, se ha procurado contar con infraestructura acorde y recursos técnicos que potencien las habilidades captadas; también se han asegurado cosas elementales pero impensadas antes, tan básicas como alimentos de calidad en las concentraciones, acompañamiento nutricional, logística para los traslados y un largo etcétera.
El camino y el esfuerzo colectivo es, sin duda, la recompensa. Es lo que nos volvió a llenar de orgullo cada vez que vemos que la celeste entra a la cancha, que nos permitió sentirnos identificados con su equipo sin sentido vergonzante; es lo que nos permitió asumir sin que nos pese ser habitantes de este rincón del mundo, y cargar en nuestra mochila sin que nos generan frustración todas sus hazañas futbolísticas. Fundamentalmente, el camino es lo que nos permitió gritar el domingo 11 de junio de 2023 a las 20 horas: ¡URUGUAY NOMA!
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