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El color de los muros


Foto de portada: Muro pintado por Plef, junto con una brigada de la UJC, poco antes de su asesinato.


A 4 años del asesinato de Plef: el Uruguay gris que resiste irse.

Decía Antonio Gramsci que es en el ocaso de este mundo, desigual y violento, donde hay que estar más alertas que nunca; pues previo al amanecer del nuevo, ese que queremos construir los que salimos a pelear la dignidad todos los días, es cuando las bestias surgen. Justo en el claroscuro. No se trata de una advertencia apocalíptica, mucho menos de un adornado de ciencia ficción a una producción densa y de mirada larga. Se trata de la plena consciencia de lo que implica disputar el poder a los poderosos, la dimensión que tiene buscar democratizar cada centímetro de nuestra sociedad en favor de las mayorías, y la reacción que eso genera en quienes ven –también con plena consciencia de lo que implica- amenazado su dominio. Los monstruos, sobre los que Gramsci apuntaba con claridad, no son otros que los poderosos y su poder, los diversos planos en los que se expresa y los espacios en donde cristaliza, luchando por sobrevivir. La forma de hacer política dominante, las formas económicas dominantes y los pilares culturales dominantes que sostienen todo lo anterior; allí donde el poder se ve amenazado, la bestialidad emerge violentamente y sin miramientos. La semana pasada hizo 4 años desde aquel febrero, en donde la triste noticia del asesinato de un artista popular nos recordó que, agazapado en las sombras de la noche, hay un Uruguay gris que persiste, dando combate a la alegría, la solidaridad y la rebeldía. El 16 de febrero de 2019 en la zona de Punta Gorda una bala alcanzó a Plef, artista callejero que pintaba uno de sus tantos y reconocidos grafitis en una casa abandonada. La bala fue disparada con precisión, por un homicida. Fue un asesinato intencional con clara motivación política, de esa política profunda. Plef era un artista solidario, comprometido con la lucha por un mundo más justo, se prendía a cuanta iniciativa en ese sentido le acercaran. Su lata estaba siempre lista para llenar de colores muros en contra la estigmatización de la juventud y otros colectivos, contra la especulación inmobiliaria y el negocio de los bancos privados, contra la represión y más. El homicida que le disparó a Plef disparó contra todo eso, fue una declaración de principios, la bala fue su panfleto. En medio de la noche, con la seguridad que tiene quien se siente impune, en un arrebato reaccionario disparó a matar. Quiso matar a Plef, pero también quería destruir el color, la alegría y la siembra de un mundo que a su gente se le va a escapar de las manos; porque se lo vamos a arrebatar. Plef era un testimonio de una lucha desplegada sin cuartel. Era parte de un pelotón que no se cuadra ante generales. Era uno más de los miles de hombres y mujeres que con su pensamiento, sus palabras, pero sobre todas las cosas con su práctica cotidiana, van levantando ese Uruguay en el que nadie quede por el camino mientras el resto mira para el costado. Plef es el compañero del militante sindical que hace años viene peleando contra la caída del salario y la suba de precios, el grafitero amigo de los estudiantes que organizan sentadas para que no les desguacen la educación pública, el compañero de las que gastan suela en las calles con la esperanza de un día dejar de marchar por un nuevo femicidio, el que seguro estaría defendiendo al barrio solidario que levanta ollas ante el cinismo y la violencia de los malla oro y sus representantes. Hace 4 años que asesinaron a Plef, Felipe Cabral. Muchos de sus grafitis siguen adornando la ciudad y otras réplicas se suman en homenaje a él. ¿Su crimen? Sigue impune. ¿La investigación? Avanzó poco y nada, mientras uno de los sospechosos se encargaba de acosar y amenazar a quienes reclamaban justicia. ¿Los colores?, siguen empujando por abrirse paso entre tanta opacidad. El Uruguay gris quiso acabar con Plef, y recordarnos su declaración de guerra a la posibilidad de un mañana distinto. Pero Plef les eriza la piel abrazado a un muro cuando caminan distraídos por la ciudad, y sus anhelos continúan con nosotros, así como quien agarra una lata de pintura que quedó en el piso para terminar un grafiti inconcluso.

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